Segunda de una serie de cuatro breves reflexiones:
Segundo: Hoy día se usa la palabra “iglesia” de manera muy liberal. Para nosotros, la palabra “iglesia” implica un cuerpo de creyentes donde cada miembro funciona usando sus dones para edificar a los demás. En muchas “iglesias” lo que se espera de la gente básicamente son tres cosas:
1. Que sean fieles en su asistencia a las reuniones.
2. Que sean constantes en dar ofrendas y “diezmos” (a la iglesia), y
3. Que ayuden en algún servicio para apoyar a los programas de la iglesia.
Aunque eso suena bien, queda muy corto. Es sumamente común en esas iglesias ver a hermanos que tienen cinco, diez, veinte o más años asistiendo (a la “iglesia”) y todavía no tienen ni la menor idea sobre cómo usar su don para el beneficio de la iglesia. Nadie, incluyendo “los líderes”, les ha ayudado a desarrollar sus capacidades.
Este problema tiene mucho que ver con las formas y valores que tiene el liderazgo de la iglesia. Aunque haya varios dirigentes en el grupo de liderazgo y muchas actividades en la congregación, si los dirigentes y hermanos son flojos o inactivos espiritualmente entonces no hay una iglesia.
Si los creyentes se reúnen para cantar, comer, disfrutar algunas actividades y estudiar la biblia, eso se le puede llamar “un club cristiano” o “reunión social” pero no es una iglesia y no debe ser llamada así. Se le puede llamar “una denominación”, “una organización religiosa”, etc. pero de ninguna manera se le debe llamar “iglesia”. La iglesia es el cuerpo de Cristo en acción. Es la congregación donde todos y cada uno están funcionando usando sus dones para edificar a los demás y para ministrar de manera coordinada a este mundo.