La necesidad de que los pastores den ejemplo, lideren e inviertan en el desarrollo de los miembros de su iglesia y en el uso de sus dones. (1era de 5)

En los últimos años, hemos trabajado en diversos contextos donde las iglesias practican un liderazgo pastoral de equipo (liderazgo bíblico de dirigentes) o están en proceso de organizar un liderazgo bíblico compartido en equipo.

La mayoría de estas iglesias han participado con nosotros en la iniciativa de Discipulado Cimientos Firmes. Muchos de estos pastores han expresado cómo las perspectivas del Discipulado Cimientos Firmes no solo han impactado su manera de ver la necesidad de que las iglesias participen activamente en ministerio y evangelización, sino que también han transformado su perspectiva del discipulado, tanto en relación con el pastoreo como en la multiplicación de ministerio entre los necesitados.

En las próximas cinco semanas, consideraremos cinco breves REFLEXIONES relacionadas con las responsabilidades de quienes pastoreamos en diferentes áreas:

1. La necesidad de que los pastores den ejemplo, lideren e inviertan en el desarrollo de los miembros de su iglesia y en el uso de sus dones.

2. La necesidad fundamental, absoluta y esencial de que los ancianos demuestren humildad genuina y la convicción de que las demás personas son inmensamente valiosas y más importantes que ellos mismos.

3. El propósito y la naturaleza práctica de las reuniones de los dirigentes en relación con el ministerio básico.

4. La oportunidad para el discipulado en los contextos de la enseñanza, la visitación, la evangelización, el servicio y el pastoreo.

5. La necesidad de pastores estables, fieles, dedicados y comprometidos a largo plazo.

Esta semana consideraremos brevemente el primer punto: la necesidad de que los pastores den ejemplo, lideren e inviertan en el desarrollo de los miembros de su iglesia y en el uso de sus dones.

Ustedes, que son los dirigentes, deben ser los primeros en tomar las riendas en los trabajos más humildes. Ustedes deben ser los primeros en reconocer, animar y estimar a los demás y a su trabajo. Cuando sirvan de esta manera, los demás seguirán este ejemplo y todos verán lo que es un equipo. Su testimonio será una luz para los perdidos y también para las iglesias institucionales. Pablo, el fundador de la iglesia de Filipos en Macedonia, no sólo mostró una actitud de humildad y equipo con éstos sus hermanos, sino que les instruyó también en lo mismo.

En su carta a los creyentes filipenses, Pablo se dirige a toda la comunidad cristiana con sus dirigentes y diáconos, todos juntos. Les instruye y exhorta a vivir todos en armonía, unidos por un mismo amor, por un mismo espíritu y por un mismo propósito.

En nuestros tiempos, muchas iglesias buscan unir a la gente por medio de convivencias, “encuentros”, comidas y un sinfín de actividades. Pero, Pablo tenía otro principio en mente. El fundamento que propone Pablo descentraliza la iniciativa de liderazgo, dando a cada miembro una importancia y la responsabilidad de edificar a los demás de acuerdo a sus dones. Pablo estaba pensando en el propósito y función de la iglesia, y la necesidad de la participación de cada miembro del cuerpo. “Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros” (Filipenses 2:4).

Aquí escribe Pablo sobre cuatro cualidades (viviendo todos unidos en 1. armonía, 2. amor, 3. espíritu y 4. propósito – Filipenses 2:1-2). Está instruyendo a los hermanos a no buscar sólo su propio bien, sino también el bien de los demás. Aquí encontramos el fundamento para la formación de todo equipo; el precepto que desarrolla una actitud de equipo, compañerismo, aprecio, estima, amor, respeto, visión, humildad genuina y bienestar social. Estos preceptos sirven para el bien de las relaciones personales, matrimoniales y familiares además de ser esenciales para todo equipo de dirigentes en cualquier iglesia. Pablo escribió: “No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo”. (Filipenses 2:3).  

(Tomado de las páginas 292-293, Las Lágrimas en el Camino de Mileto).