Era casi la medianoche y haciendo mucho frío cuando avanzábamos por cierta calle oscura. Nuestro equipo ministerial estaba pasando por donde había basura amontonada al lado de la calle. Enormes ratas y otros bichos pasaban por los desperdicios cuando de pronto se movió lo que parecía ser un solo zapato en la parte superior de los desechos.
Nos detuvimos al ver el movimiento. Al remover las bolsas de basura, cartones y otros deshechos, de repente aparecieron unos brillantes ojitos. Sin querer habíamos asustado a un señor que estaba durmiendo en lo que era para él un refugio del frío y un “escondite” debajo de los desperdicios amontonados.
Habíamos interrumpido su “descanso” por lo cual le pedimos disculpas. Al preguntarle su nombre, nos respondió respetuosamente y con mucha amabilidad: “Fermín, me llamo Fermín”.
Ese mismo día Fermín había salido de una clínica en el centro de la ciudad. No tuvo dónde ir. Sin familia, ni amigos, y sin dinero se encontró en las peligrosas calles de la ciudad. Había encontrado refugio en la calle, junto a los indigentes de la zona. Fermín había sufrido un atropello y como consecuencia perdió uno de sus pies. Pero eso era solamente uno de los retos que Fermín enfrentaba. No olvidaremos pronto los brillantes ojos y el rostro de este ser precioso. Fermín puede servir para representar a muchos de los que encontramos en los diferentes círculos ministeriales.
La noche que encontramos a Fermín, habíamos llevado a varios niños del ministerio CIMA junto con los miembros de las congregaciones a ministrar en las calles del centro de la ciudad. Nos dividimos en pequeños equipos antes de dirigirnos a la oscuridad. Cada uno llevaba una ofrenda de su propio hogar con que ayudar a algún necesitado. Algunos llevaron una cobija, otros llevaron una bufanda, guantes, una comida o una bebida calientita.
Tuvimos un breve pero agradable encuentro con Fermín. Unos del equipo buscaban un cartón sobre lo cual pudo recostar su cabeza, otros le ayudaron a reacomodarse con las cobijas limpias que habían traído de sus casas, y otros le sirvieron una comida caliente. Lo que hicimos esa noche con Fermín y los demás en semejante situación no fue ningún “gran ministerio”. Hubiéramos querido hacer mucho más. Para nosotros fue una oportunidad de recordar como el Salvador se acercó a cada uno de nosotros en nuestra necesidad. Fue un recordatorio de que debemos vivir siempre agradecidos por la misericordia que Dios nos ha tenido y a la vez compartirla con los demás.
Un día, hace casi 2000 años, Jesús sorprendió a sus discípulos con una charla relacionada con el servicio que aparentemente no llevaba mucha “importancia espiritual”. En su breve reflexión los hizo entender que a veces con solo el impulso natural de un individuo nacido-de-nuevo de servir a los necesitados a su alrededor uno está sirviendo a Cristo.
(Y entonces preguntarán) “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”El Rey les contestará: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.” (Mateo 25:37-40)
Escrito por José Barboza
Si desea leer más, le recomendamos revisar el capítulo 3 del libro Las Lágrimas en el Camino de Mileto (páginas 85-98) de lo cual incluimos una pequeña porción aquí a continuación….
Dinámicas de la Iglesia.
Los Dirigentes Sirviendo con la Congregación
“La Zona Norte”
Por varios años, uno de los ministerios pilares de una de nuestras congregaciones en Tijuana, fue el de trabajar con la gente que vive en la calle. Cada viernes nos reuníamos para orar. Nos pusimos de rodillas preparándonos para salir a la famosa “zona roja” o “zona de tolerancia”, también conocida en esta ciudad como “La Zona Norte”. Después de orar, unos se quedaban para hacer otros ministerios, o para seguir orando.
Los que nos íbamos a “La Zona Norte” nos organizábamos en grupos de cuatro. Cada grupo se componía de un “equipo de oración” y un “equipo de trabajo”, dos en cada equipo.
Salíamos a “La Zona Norte” como a las 9:00 de la noche, regresando temprano por la mañana. El trabajo de este ministerio nos llevaba a caminar por las calles, pasando en medio de vendedores de todo tipo de maldad, y alrededor de ellos, borrachos, prostitutas y atracadores. En medio de la zona donde se ubican los centros nocturnos y una abundancia de hoteles donde se cobra “por hora”, hay niños que se calientan al lado de fogatas prendidas en las orillas de los callejones. Grupos de niños y jóvenes inhalando pegamento y otras sustancias.
Hombres cubiertos de infecciones acostados en la acera, tapándose del frío con un pedazo de cartón. Gente peleando a media calle. Algunos hombres vestidos de mujer, algunas mujeres como si fueran hombres. Drogadictos y alcohólicos andan por las calles buscando conseguir más droga u otro trago. Nuestros “equipos de oración” siguiendo, a unos cuantos metros detrás, a los “equipos de trabajo”. ¿A quién debemos levantar de la calle esta noche? ¿A quién debemos invitar a nuestro “hogar”? ¿A quién?
El trabajo en equipo lleva al ministerio efectivo y a la edificación
Por varios años este trabajo fue parte importante en el desarrollo del ministerio con los drogadictos y alcohólicos, y también de la misma congregación. Por medio de ese ministerio, entre otros, entretejidos en la dinámica de la vida de la iglesia, los hermanos aprendieron cada día a servir mejor. Drogadictos, alcohólicos y otra gente de “mala fama” fueron llevados a vivir, a aprender y a ser servidos entre nosotros. Fueron ministrados tanto en el pequeño local de la congregación, como también en las casas de diferentes miembros de la iglesia, quienes tomaron responsabilidad personal por algunos de ellos. Las historias son muchas. Un buen número de ellas son muy tristes pero también hay algunas de ánimo. La parte pertinente para nuestros propósitos aquí, es la parte relacionada a la vida de la iglesia, su propósito, misión y su función.
Toda la congregación trabajaba. Cada hermano participaba sirviendo a los demás de la asamblea, a la comunidad y fuera de ella. La congregación, aun en medio de su propia extrema necesidad, empezó a enviar ofrendas a misioneros que ni siquiera conocía personalmente. Con el pasar de los años, no sólo siguieron enviando ofrendas económicas, sino también ofrendaron de sus propios miembros, enviándoles como representantes misioneros de la congregación a grupos no alcanzados. La historia sería muy larga si fuéramos a contar solamente una pequeña parte de lo que Dios hizo en y por medio de esta pequeña y muy humilde congregación de Grupo México.