(Tiempo requerido 20-25 minutos)
Para este mes, les compartimos una REFLEXIÓN de parte del hermano Tito, uno de los pastores sirviendo en Maracaibo, Venezuela. Esta reflexión se trata de un tema que para algunos puede ser delicado. Tito nos exhorta sobre el tema de la Cena del Señor. Para los pastores que siguen en el camino de la integridad ministerial, tomarán los próximos 20-25 minutos como una bendición y una inversión para su propia vida como también para su ministerio.
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¿La Santa Cena?
Desde los tiempos de la conquista de nuestro continente por los españoles muchos de nuestros hogares en Latinoamérica han sido dominados por creencias y prácticas católicas romanas. Nací en uno de estos hogares en las sombras de la tradición religiosa. En las primeras casi dos décadas de mi vida nunca entendí nada en cuanto a Dios ni la Biblia. Todo giraba alrededor de nuestras tradiciones y “los deberes” de ser un “buen católico”.
Fue hasta que tuve casi 20 años de edad que entendí mi condición real de pecador y mi incapacidad de hacer algo que me haría aceptable delante de Dios. Por medio de un proceso, llegue a poner mi confianza en Jesús y a seguirle. Además, comencé a reunirme con otros que tenían esa misma fe.
Pasó el tiempo y observé que en estas reuniones cristianas de vez en cuando llevaban a cabo una práctica llamada la “Santa Cena”. En la iglesia donde estaba asistiendo, no me permitían participar en estas Cenas del Señor hasta primero cumplir con algunos requisitos. Después de haber cumplido con los requisitos de esta iglesia local y ser aprobado, me dieron permiso para participar con los demás.
Aunque había esperado con anticipación poder participar, la primera vez que participe en ella, ocurrió algo muy extraño en mí. No fue algo bonito ni agradable sino algo oscuro y repugnante. La experiencia me conecto en pensamiento y emociones al rito frío, mecánico, místico y exclusivo de la práctica católica romana que había vivido todos los años de mi juventud. Fue una experiencia rara, incongruente y lejos de la función y propósitos que luego entendería con más claridad por medio del relato bíblico. Sentí como que lo que estábamos haciendo con esta “Santa Cena” no tenía en realidad una relación con lo que estábamos viendo sobre ella en la Palabra de Dios.
Fue varios años después que Dios me llevo por un proceso que me permitió lograr una perspectiva totalmente diferente respecto a la Cena del Señor y sobre muchos otros aspectos de lo que llamamos la vida cristiana.
Es triste observar como los rituales romano-católicos se han filtrado con un sincretismo en los círculos cristianos donde han sido adoptados como práctica y verdad sin darse cuenta que las formas religiosas católicas nos han alejado muy lejos de los objetivos y la esencia de lo que era desde el principio el propósito de Dios para los Suyos — una celebración de gratitud. Una reunión, una celebración, un recordatorio con gratitud por lo que hizo El Señor por nosotros, celebrada hasta que vuelva.
En actualidad lo que observamos muchas veces en la Cena del Señor es un acto religioso que no es ni celebración ni cena. Al reflexionar en mi juventud cuando estaba tomando mis primeros pasos en mí andar con el Señor Jesús, y al estar recordando estas experiencias, creo que los hombres que dirigieron esta práctica de la “Santa Cena” tuvieron muy buenas intenciones. Quizás, debido a las tradiciones religiosas tan enraizadas, nunca habían considerado el significado real de la Cena del Señor. Quizás nunca fueron desafiados a pensar sobre que estábamos haciendo, porqué y cómo.
Con el transcurso del tiempo entendí que las formas tradicionales conocidas y practicadas en la mayoría de las congregaciones evangélicas no ayudan ni contribuyen a los propósitos de Dios en cuanto a la Cena del Señor.
Ahora cuando leo el pasaje en Éxodo 12 sobre LA PASCUA, imagino a cada hogar tomando un cordero, un inocente, sacrificándolo, derramando su sangre y marcando sus puertas, con su plena convicción en la Palabra del Todopoderoso y en el Prometido anunciado desde el principio. Me quedo meditando en la liberación del pueblo de su esclavitud en Egipto. También me quedo reflexionando en las conexiones en la historia que van señalando el Mesías quien luego cumplió con su sacrificio y derramamiento de su sangre, para darnos la oportunidad de ser renacidos de simiente incorruptible.
Esa noche de la Pascua en Egipto, en cada hogar, los niños observando a sus padres sacrificando un inocente, un cordero y haciendo un acto de fe. Fue el inicio de una celebración eterna, una fiesta para recordar, y conmemorar su liberación.
Esta historia fundamental nos conecta con la celebración de la Pascua, con Jesús, sus discípulos, y aquella noche en las horas antes de ser llevado a la cruz. Esa noche, estando a la mesa con sus discípulos, Jesús tomó dos elementos de la cotidianidad, el pan y la copa; dando a esos elementos cotidianos una trascendencia simbólica para recuerdo de su sacrificio y sangre.
El libro de los Hechos nos dice que los creyentes se reunían con frecuencia en las casas y “partían el pan” juntos. Se reunían para recordar a Jesús y su sacrificio.
Ya han pasado varios años desde cuando salí de la esclavitud religiosa para conocer a Jesucristo. Han pasado varios años más desde que pude escapar de los rasgos y formas religiosas que en mi vida cristiana no me permitieron crecer en Él y desarrollar una plena gratitud por lo que hizo por mí. Ahora, todo es diferente. Cada vez que estamos a la mesa para CELEBRAR la CENA DEL SEÑOR es algo distinto. Ya no tiene nada que ver con un rito muerto de la religiosidad. Ahora es algo significativo, un recordatorio continuo, cotidiano, familiar, y un acto de agradecimiento.
Este mismo principio es el que hemos comenzado a vivir como congregación. Ahora como iglesia la Cena del Señor es un tiempo cuando celebramos comunión, compañerismo, recordatorio, ánimo y nuestro agradecimiento a Jesús por lo que hizo por nosotros. Participamos con entendimiento y gozo. Celebramos juntos una cena, partimos el pan y participamos de la bebida, haciendo todo en memoria de Él. Cada quien puede compartir y expresar con gozo el valor que para cada uno de nosotros tiene el don de la salvación por gracia. Manifestamos nuestro agradecimiento y testificamos, especialmente a nuestros hijos, en un acto lleno de espontaneidad, estímulo y amor, orando, cantando y agradeciéndole a Dios, animándonos en el entendimiento, y celebrándolo todo en memoria de Él.
Nos anima y nos identificamos con las palabras escritas por nuestros amigos y hermanos Rick y Eunice Johnson sobre este tema de la Cena del Señor en su libro Las Lágrimas en el Camino de Mileto, páginas 240 – 245.
Dios les bendiga
Tito y Midgle
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Las Lágrimas en el Camino de Mileto, páginas 240 – 245.
La Cena del Señor
Desde el principio, en las congregaciones de Grupo México y Terrazas del Valle, hemos tratado de enfocarnos en el propósito, o sea, la función y objetivo del Señor para lo que llamamos la Cena del Señor. Un tiempo de convivencia, pensando con alegría en lo que nuestro Dios ha hecho por nosotros, dándole las gracias por Su ofrenda a favor de nosotros. El pan siendo un recordatorio simbólico del sacrificio de Su cuerpo, el jugo haciéndonos recordar su sangre derramada por nosotros. Así debe ser, hermanos, cada vez que se realiza la Cena del Señor, debe ser una celebración de agradecimiento.
Hemos observado cómo las tradiciones católicas romanas han corrompido el significado, propósito y enfoque de la Cena. Aun en las iglesias cristianas donde hay una buena orientación bíblica, hay algunos que no se han podido escapar de las telarañas de lo misterioso, de lo rígido, de lo seco y de las formas religiosas muertas.
Para los creyentes de la iglesia primitiva, la Cena del Señor representaba celebración, comida, convivencia, “fiesta de amor fraternal”, de ánimo y alegría, y todos participaban. La idea de reunirse como iglesia para que algún hombre “religioso” organizara unos pedacitos de pan, que no serían suficientes ni para que comiera un pajarillo, y unas cuantas gotas de jugo, para “la Cena del Señor”, era un concepto desconocido. Una supuesta “celebración” donde todos se quedarían callados, serios, rígidos, secos y esperando que el “hombre de Dios” (el pastor) pronunciara unas palabras apropiadas para luego echarle a cada quien su galletita en la boca, hubiese sido absurda y una burla. Pero hoy día ésta es la situación de muchas iglesias, dicen “celebrar la Cena del Señor” que ni es celebración, ni es cena.
¿De dónde salieron esas formas que han drenado tanto el gozo, el propósito y hasta la idea de lo que es la Cena, el compartir y la fiesta que una vez celebraban las iglesias? En primer lugar sería bueno mencionar que la fiesta de la Pascua era y sigue siendo una fiesta de celebración de la liberación del pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto.
Recordemos que el ministerio de Jesús fue para dar un nuevo significado a esta liberación y fiesta de la Pascua, pues Jesús se entregó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el Cordero perfecto de la Pascua. También recordemos que era la fiesta de la Pascua la que precisamente Jesús celebraba con sus discípulos, cuando luego fue crucificado (Mateo 26), dándole un nuevo significado a todo.
La Pascua y la Cena del Señor
Vemos el contexto en la historia desde la Pascua, detallada en Éxodo capítulo 12, y luego vemos a Jesús llevando a cabo Su obra terrenal en los evangelios. Allí está Jesús, colocando unas piezas importantísimas en el gran cuadro de la historia redentora, preparando a sus discípulos, quienes luego en la iglesia primitiva, estarían recordando todo aquello, celebrando el significado y propósito de las Escrituras. Entramos en la historia de la iglesia primitiva y encontramos algo que no es en nada parecido a lo que ahora llamamos “la Cena del Señor”. ¿Qué pasó y qué se puede hacer?
Hay varias opiniones en cuanto a los detalles de por qué y cómo la iglesia perdió esa celebración de gozo. Parece que los cambios empezaron aproximadamente 200 años después de Cristo. Poco a poco la idea de separar “el pan y la copa” de la cena empezó a tomar forma. De allí, el camino fue abierto para convertirla en un ritual misterioso y “sagrado”. Por supuesto un ritual sagrado debe ser llevado a cabo por una “persona sagrada”, y con eso se unió a la religiosidad falsa con los elementos del pan y el vino, para hacer toda una exhibición misteriosa, temerosa, mágica y poderosa centrada en el sacerdote.
Antes de pasar mil años, “la Cena del Señor” ya no era otra cosa que un rito religioso muerto. La iglesia católica romana la puso como una piedra angular en cuanto a la misa; cuando, según ella, el sacerdote, por un poder sobrenatural, (llamado el dogma de la transubstanciación), convierte el pan y el vino en la carne y sangre misma, real y actual de Cristo. Este concepto es ajeno a las Sagradas Escrituras.
¿Podría una congregación tradicional volver a realmente celebrar la Cena del Señor, quitando lo místico y poniendo de nuevo a los hermanos en su función tal como nos fue dado por Jesús y los apóstoles? ¡Por supuesto que sí! Pero habrá gente, especialmente de las iglesias tradicionales-religiosas, que darán mil explicaciones por lo cual es mejor seguir el camino establecido por los hombres. Lo explicarán con excusas y pretextos que pretenden guardar la función original de la cena. Dirán que la forma de las iglesias tradicionales da seguridad de que la cena sea tomada en serio. Dirán que sólo el pastor debe oficiar la Cena, porque eso garantiza que se llevará a cabo correctamente. Suena bien todo, ¿no? ¡El único problema es que todas estas explicaciones son ajenas a la Palabra!
El que come o bebe de manera indigna
Uno de los puntos sacados en defensa de mantener la cena estrictamente en control del clero (los pastores), “en orden” y “en serio” (supuestamente), y así mantener las formas tradicionales, viene de un texto de 1 Corintios 11. En este capítulo, nuestro hermano Pablo está reprendiendo fuertemente a los corintios diciéndoles que la cena que tomaron no era en realidad la Cena del Señor.
El versículo que ha dejado a muchas personas perturbadas es el versículo 27 del capítulo 11, la advertencia de que uno peca contra el cuerpo y la sangre del Señor si come del pan o bebe de la copa de manera indigna. La pregunta ha sido ¿Qué es comer y beber de manera indigna? De nuevo, la respuesta se encuentra en el mismo contexto de la Palabra. Si ven en la iglesia hermanos preocupados por este texto, no deben iniciar con este versículo 27, sino en el versículo 17, y seguir leyendo hasta el 34.
El problema de los corintios fue que cuando se reunían para celebrar la Cena del Señor, la iglesia ya estaba dividida. Los que llevaban bastante comida se adelantaban. Comían y bebían sin tomar en cuenta a los miembros que no tenían. Unos comían en exceso mientras que en la misma reunión unos se quedaban con hambre.
Tomemos un momento para pensar en eso desde el punto de vista celestial. Jesús dio todo para todos, para unirnos en un solo cuerpo, con cada miembro compartiendo sus dones con los demás, buscando cómo bendecir a los demás miembros. Cuando lo vemos así, como también lo entendía Pablo, podemos entender mejor sus palabras: “¿Por qué menosprecian la iglesia de Dios y ponen en vergüenza a los que no tienen nada”?
Son pocas las congregaciones que pueden entender de lo que está hablando Pablo, porque son pocas las que se reúnen para realmente celebrar la Cena del Señor. Están tan impuestas a la idea de la Cena como un rito dirigido por un pastor de manera solemne, que esta reprensión de Pablo parece no tener sentido.
Comer y beber “de manera indigna” es, nada más ni nada menos, el participar en la Cena del Señor sin tomar en cuenta el sacrificio de Jesús a favor de uno y menospreciar a otros quienes también han sido perdonados por la obra del Cordero Perfecto de la Pascua. En este aspecto sí debe haber seriedad, pero también debe haber convivencia, compañerismo, gozo, agradecimiento y un enfoque de gratitud a Dios.